martes, 4 de enero de 2011

Mi bisabuelo y mi quietud de hoy...

Todos los momentos clave de mi vida han sido el resultado de seguir mi intuición y mi corazón
Todo son relatos.
El relato mítico, el relato religioso, el relato psicoanalítico...
En la vida, creo que se trata de adoptar alguno para auto-gobernarte, pero sin desdeñar los restantes (e incluso riéndote un poco del que hayas elegido).

Y cuando estás tan hambriento y tienes alma de aventurero como yo, terminas dándote cuenta que buscamos presas...
Las mías?
El mar, olerlo, verlo, oírlo...
La montaña, su quietud, su silencio, el chirrido de alguna águila observándome...

Es un amor que sólo puede sentir el que ha nacido tierra adentro.

Es por eso que siempre me fascinaron las historias de las personas que tenían aventuras, fantasías cumplidas, y el viento rebelde en el rostro.

Como la historia de mi bisabuelo, que había ido a las Américas, donde eran recibidos por una estatua que significaba la esperanza, y narraba, que cuando se había ido siendo aún un mozalbete espléndido de 29 años,( y seis hijas, todas mujeres), con dos amigos, en busca del oro americano, que brotaba del otro lado del país, y semanas de mula y carretas, que volvió siendo casi un anciano, para ése entonces, ya que queria morir en la tierra que lo había visto nacer...

Yo tenía cuatro años cuando lo conocí, y bajo su cama había un maletín. Todos decían que estaba lleno de oro...

Apenas hablaba, pero a mí me contaba sus aventuras. Esas donde peleaban con indios, y subido a un caballo, arreaba búfalos...
O esas otras donde con su acento siciliano, entraba a un “saloon” y pedía una “biarr”, o un “visky”...
O esa otra, donde con sus dos amigos, fratacheaban con un tamiz, el fondo de los ríos en busca de pepitas, y que cuando encontraron una tan grande como un puño, todos comenzaron a diparar tiros al aire, y luego otra y otra y otra...

Muchas historias de vida, aventuras, y creación de una familia, en la costa este, cuando ya estaban llenos de oro, y era hora de traerse a las hijas y a “sua moglie”...

Fué desde entonces que sentí esa pasión por la familia que había en los Estados Unidos, y escribir un libro...
¿Saben qué había en el maletín?... Las cenizas de sus dos amigos...".

Será por eso que cuando hago viajes largos en tren, presto mucha atención a los contrastes que ofrecen los trabajadores del tren: están atentos a todas las necesidades de los pasajeros.
Hacen lo suyo con dignidad. Pasa uno con un juego de llaves que alguien perdió camino a Primera Clase. Pasa otro buscando a la dueña de un sombrero, Cenicienta que agradece el gesto y envía una sonrisa inquietante

El tren se inclina para un costado y para el otro. Va chueco como vaquero del Far West

Dos chicos peinados como Bob Marley también se despertaron. Y otros dos no sintieron nada, sólo el dulzor del humo que los envolvía en la zona de los baños.

Es entonces cuando me suceden estas cataratas de emociones, que suelo pensar que soy más feliz de lo que jamás imaginé, disfrutando
y conjugando olores, visiones, murmullos, y cuando me siento en mi butaca numerada y contemplo un paisaje que pasa a trescientos y pico de kilómetros por hora, me imagino que allá a lo lejos, las montañas nevadas, me observan, y me doy una panzada con su quietud, su silencio, creyendo ver en lo alto de una cumbre a alguna águila saludándome...

Y sigo mi viaje, hasta el final diciéndome:
"Tengo las heridas aún abiertas, pero hoy puedo tratarlas como corresponden"...