VISTA DEL LAGO POZZILLO Y LA TIERRA DE MIS ANCESTROS
De mi madre aprendí rigor
y, me solía decir que jamás tenía que tener miedo, ya que, si lo tienes, todo
puede terminar en catástrofe.
Y, de mi padre, probidad.
Y me alentaba siempre:
“Hay que trabajar, estudiar, aprender" o frases del tipo: “no somos aquello que
logramos en la vida, somos todo lo que superamos”, y siempre me insistía.
Él sabía que me esperaba
una sociedad y unos hermanos exangües ( yo era el más chico de los tres) y una juventud amorfa, si dependía de
ellos dos.
Por eso mis padres
siempre me contaban la historia de la familia, confirmada por los otros, de
otros países, porque TODO depende de cómo las interpretamos en la cadena de la
historia futura.
Y el odio engendra odio.
Y el perdón engendra
perdón y respeto y amor.
Con esto quiero decir que
me he pasado la vida aprendiendo a sentir menos, a que cada día que despertaba sintiera
menos cosas, y a la vez me preguntaba, si eso era madurar, o si era algo peor.
Creo que el ser humano,
no puede protegerse de la tristeza si siente mucho, pero al mismo tiempo hemos
de aprender a protegernos en tiempos de felicidad.
Me doy cuenta que he
perdido tantas cosas que no puedo ni siquiera enumerarlas, pero que esas cosas
perdidas, ahora, son nuevamente mías.
Perdí a mi padre, perdí a mi madre, pero ahora
más que antes, sé que están siempre a mi lado.
Por momentos siento que a
pesar de la zozobra y, a los terrores de la esperanza, el mejor de los paraísos,
es el paraíso perdido.
Ese paraíso que todos
buscamos como un destino ideal que, para mi es la ciudad de mis antepasados, el
lugar donde siempre he vivido, pero nunca viví allí.
Cada vez que voy, siento
que toda la familia está allí.
Que están en todas partes.
En la iglesia, en las
callecitas pequeñas por donde solían pasar los carros con comida fresca, que
las ancianas subían a sus casas con cestas colgantes desde sus balcones.
Gente que aún hablan de
mis padres, de mis abuelos, de los abuelos de los abuelos de y, que me honran.
Cuando camino por la
ciudad vieja, y sus callejuelas empedradas, respiro y siento ese pasado injusto
que la sometió a siete días con sus siete noches de bombardeos nazis.
Lo más especial que tiene
esa ciudad es que aun y a pesar del miedo de sus habitantes en esas dos
terribles guerras que padeció, es que aún vive, aún resiste y que, bajando
desde la catedral hasta el Lago Pozzillo (antiguas tierras familiares,
inundadas al construir un dique), sobrevive con orgullo y pasión de una
historia de más de dos mil años.
Pues sí…
Yo también soy un superviviente.
LA TIERRA DE MIS ANCESTROS CON EL FONDO DEL VOLCÁN ETNA
ASÍ ESTABA CUANDO SE FIRMÓ EL ARMISTICIO EN LA II GUERRA