jueves, 13 de julio de 2017

SER UN SUPERVIVIENTE...




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VISTA DEL LAGO POZZILLO Y LA TIERRA DE MIS ANCESTROS


De mi madre aprendí rigor y, me solía decir que jamás tenía que tener miedo, ya que, si lo tienes, todo puede terminar en catástrofe.

Y, de mi padre, probidad.

Y me alentaba siempre: “Hay que trabajar, estudiar, aprender" o frases del tipo: no somos aquello que logramos en la vida, somos todo lo que superamos, y siempre me insistía.

Él sabía que me esperaba una sociedad y unos hermanos exangües ( yo era el más chico de los tres) y una juventud amorfa, si dependía de ellos dos.

Por eso mis padres siempre me contaban la historia de la familia, confirmada por los otros, de otros países, porque TODO depende de cómo las interpretamos en la cadena de la historia futura.

Y el odio engendra odio.
Y el perdón engendra perdón y respeto y amor.

Con esto quiero decir que me he pasado la vida aprendiendo a sentir menos, a que cada día que despertaba sintiera menos cosas, y a la vez me preguntaba, si eso era madurar, o si era algo peor.

Creo que el ser humano, no puede protegerse de la tristeza si siente mucho, pero al mismo tiempo hemos de aprender a protegernos en tiempos de felicidad.
Me doy cuenta que he perdido tantas cosas que no puedo ni siquiera enumerarlas, pero que esas cosas perdidas, ahora, son nuevamente mías.

 Perdí a mi padre, perdí a mi madre, pero ahora más que antes, sé que están siempre a mi lado.

Por momentos siento que a pesar de la zozobra y, a los terrores de la esperanza, el mejor de los paraísos, es el paraíso perdido.

Ese paraíso que todos buscamos como un destino ideal que, para mi es la ciudad de mis antepasados, el lugar donde siempre he vivido, pero nunca viví allí.

Cada vez que voy, siento que toda la familia está allí.
Que están en todas partes.

En la iglesia, en las callecitas pequeñas por donde solían pasar los carros con comida fresca, que las ancianas subían a sus casas con cestas colgantes desde sus balcones.

Gente que aún hablan de mis padres, de mis abuelos, de los abuelos de los abuelos de y, que me honran.

Cuando camino por la ciudad vieja, y sus callejuelas empedradas, respiro y siento ese pasado injusto que la sometió a siete días con sus siete noches de bombardeos nazis.

Lo más especial que tiene esa ciudad es que aun y a pesar del miedo de sus habitantes en esas dos terribles guerras que padeció, es que aún vive, aún resiste y que, bajando desde la catedral hasta el Lago Pozzillo (antiguas tierras familiares, inundadas al construir un dique), sobrevive con orgullo y pasión de una historia de más de dos mil años.

Pues sí…

Yo también soy un superviviente.

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LA TIERRA DE MIS ANCESTROS CON EL FONDO DEL VOLCÁN ETNA


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ASÍ ESTABA CUANDO SE FIRMÓ EL ARMISTICIO EN LA II GUERRA