miércoles, 23 de noviembre de 2016

EL ALMA ROTA...


Resultado de imagen de Jimmy Liao
Dibujo de Jim Liao




Increíblemente, cada vez que vuelvo de mi psicoanalista, me doy cuenta que el cuerpo pasa factura.

Al cerebro sobre todo, y que de allí se dirige al resto. Y hoy tuve una suerte de revelación con el impacto de “la culpa” y de las cagadas que nos mandamos contra nosotros mismos.

¿Puede ser posible que, por ejemplo, alguien que tiene un vínculo roto, o mal herido pueda sufrir de un ataque en el corazón, causado por un tumor alojado allí mismo? 
¿Puede ser que, un hígado deje de funcionar o está por colapsar, porque en cierta manera queremos vengarnos de, el padre, o la madre o marido que nos rompió el corazón o nos maltrató, como el caso de esa chica que tiene una enfermedad terminal en el hígado porque su madre pasaba de ella, porque vivía borracha?

PUEDE. O PUEDE QUE NO.

Pero vayamos a casos cercanos a mí.

Mi padre que fue teniente en la segunda guerra mundial, destinado al Monte Rosa casi toda la guerra, donde los italianos habían instalado allí una base permanente a dos mil metros de altura, vio y padeció atrocidades que nunca pudo superar. 
¡Pobre viejo!

Una de sus últimas actuaciones antes de la capitulación italiana, luego de la derrota y posterior asesinato del “Duce” Mussolini, recibió una orden de dejar allí a los enfermos, que morirían bajando las cuestas y con quienes ya no se podía hacer más. Tuvo que cumplir  con decisiones extremas. Muy extremas.

¡ESO LE MARCO PARA SIEMPRE!!!

Y seguramente su corazón no se rompió con la gran crisis económica, que sufrió en la década del 70 con un ministro de economía argentino llamado Celestino Rodrigo
(véase Wikipedia) donde de un día para otro, miles de ciudadanos en Argentina, se vieron con enormes pérdidas de sus fortunas o mini fortunas ( ya quisiera yo una mini fortuna) y que le provocó su primer infarto.

Papá sufrió cuatro, y en el cuarto se quedó, ¡Su cuerpo no lo resistió!
Su corazón ya venía roto desde el año cuarenta y cinco, con el fin de la segunda guerra mundial, donde ése mismo corazón, se había convertido en una cosa dura y fría como el mármol. El mismo mármol que vio, cuando llegó a su pueblo y eran las lápidas de los seres queridos, que estaban enterrados en el cementerio, por los bombardeos y toda la atrocidad de esa guerra cruel, infame y sucia.

Mi Padre iba por la vida como dijo el poeta Hans Borli:
"...Como si la vida misma pasara descalza y con el rocío de la muerte en el pelo"...

Creo que es una manera de vivir, de personas que no pueden sacar de dentro lo padecido y llorarlo y gritarlo a los cuatro vientos y que poco a poco, dentro de uno, algo se vaya muriendo como un colibrí enjaulado.

Por eso a Papá le faltó lo que yo suelo llamar “médicos del alma”, esos que tanta falta hacen y sanarían a la gente, antes y a menor costo.

Por eso estoy convencido que la inseguridad, los miedos, o esa cosa que tenemos guardadas en lo más profundo del alma, esperando agazapada para darnos el último zarpazo, creando los demonios que nos permita recuperar la cordura y limpiar los venenos, deberían ser tratados por esos médicos, que tanta falta nos hacen.A TODOS.

El otro ejemplo es el de mi amiga Benedetta, quien tuvo que ser ingresada en el hospital Gemelli en Italia, de urgencia, porque su hígado se moría.
Nunca había bebido, llevaba una vida de alimentación sanísima, y una manera de vivir ídem. Pero…

Su alma vivía atormentada por una madre alcohólica, un padre muerto a sus nueve meses y ésta madre ausente la mayor parte de su vida, con quien ella que ya había cortado, desde su adolescencia, todo vínculo y había desarrollado una enfermedad incurable, cuya única solución era un trasplante, de vivo a vivo, y por ser del grupo sanguíneo “0”, la incompatibilidad era un tema espinoso y arriesgado, que llevaría más de tres meses (o más aún) poder conseguir un donante vivo compatible  y su hígado no lo resistiría.

La única solución era conseguir a un familiar más cercano, y que fuera compatible, y gracias a la tecnología de ese emérito hospital, el único era (¡qué paradoja!) el de la madre, quien a pesar de llevar más de treinta años limpia, aún tenía resabios de cirrosis.

La propuesta la indignó, se negaba a recibir nada de su madre, ésa que cuando ella había cumplido ocho años, la había dejado en su fiesta de cumpleaños “para ir a buscar cigarrillos” y no volvió hasta pasados diez días. 
Días en los que tuvo que aprender a alimentarse sola, vestirse sola, e ir al colegio sola, inventado historias que su madre había tenido que viajar al extranjero por negocios, y muchas ausencias terribles a causa del alcoholismo crónico que padecía, y que regresaba a su casa luego de días de sopor etílico, como si nada hubiera pasado.

Todo eso quedó registrado en su cabeza, y sobre todo, en su hígado.
Pobre Benedetta. Prefirió morir a los treinta y cinco años, antes que recibir nada de esa madre miserable, ausente y que sólo acudía a ella cuando necesitaba algo…

Por eso suelo pensar que los seres humanos debemos seguir nuestros propios caminos, y en la medida de lo posible acudir a esos médicos silenciosos, que curan el alma, esos que nos ayudan a seguir nuestra ruta, sin mochilas que nos pesen y dañan el alma, el cuerpo y el espíritu.

La vida dura lo que dura un suspiro, decía mi madre, y tenemos que tratar con el tiempo que nos queda de manera amorosa y cordial: juguemos, cantemos, encontrémonos con los amigos apagando los móviles, lejos de todo lo que nos haga pensar en otra cosa que no sea la de disfrutar esos momentos mágicos.

Deberíamos ser, a cualquier edad como los niños, como cuando no teníamos prejuicios, y con una inocencia que yo defino como poder.


El poder de ser los dueños de nuestra libertad y que los adultos debemos recuperar.
Resultado de imagen de Jimmy Liao.
Gracias por tus dibujos JIM LIAO