Dibujo de Jim Liao
Increíblemente, cada vez que vuelvo de mi psicoanalista, me doy cuenta que el cuerpo pasa factura.
Al cerebro sobre todo, y que de allí se dirige al
resto. Y hoy tuve una suerte de revelación con el impacto de “la culpa” y de
las cagadas que nos mandamos contra nosotros mismos.
¿Puede ser posible que, por ejemplo, alguien que tiene
un vínculo roto, o mal herido pueda sufrir de un ataque en el corazón, causado
por un tumor alojado allí mismo?
¿Puede ser que, un hígado deje de funcionar o está por colapsar, porque en cierta manera queremos vengarnos de, el padre, o la madre o
marido que nos rompió el corazón o nos maltrató, como el caso de esa chica que
tiene una enfermedad terminal en el hígado porque su madre pasaba de ella, porque vivía borracha?
PUEDE. O PUEDE QUE NO.
Pero vayamos a casos cercanos a mí.
Mi padre que fue teniente en la segunda guerra
mundial, destinado al Monte Rosa casi toda la guerra, donde los italianos
habían instalado allí una base permanente a dos mil metros de altura, vio y padeció
atrocidades que nunca pudo superar.
¡Pobre viejo!
Una de sus últimas actuaciones antes de la
capitulación italiana, luego de la derrota y posterior asesinato del “Duce”
Mussolini, recibió una orden de dejar allí a los enfermos, que morirían bajando
las cuestas y con quienes ya no se podía hacer más. Tuvo que cumplir con decisiones extremas. Muy extremas.
¡ESO
LE MARCO PARA SIEMPRE!!!
Y seguramente su corazón no se rompió con la gran
crisis económica, que sufrió en la década del 70 con un ministro de economía argentino
llamado Celestino Rodrigo
(véase Wikipedia) donde de un día para otro, miles de
ciudadanos en Argentina, se vieron con enormes pérdidas de sus fortunas o mini
fortunas ( ya quisiera yo una mini fortuna) y que le provocó su primer infarto.
Papá sufrió cuatro, y en el cuarto se quedó, ¡Su
cuerpo no lo resistió!
Su corazón ya venía roto desde el año cuarenta y
cinco, con el fin de la segunda guerra mundial, donde ése mismo corazón, se
había convertido en una cosa dura y fría como el mármol. El mismo mármol que vio, cuando llegó a su pueblo y eran las lápidas de los seres queridos, que estaban
enterrados en el cementerio, por los bombardeos y toda la atrocidad de esa
guerra cruel, infame y sucia.
Mi Padre iba por la vida como dijo el poeta Hans Borli:
"...Como si la vida misma pasara descalza y con el rocío de la muerte en el pelo"...
Creo que es una manera de vivir, de personas que no
pueden sacar de dentro lo padecido y llorarlo y gritarlo a los cuatro vientos y
que poco a poco, dentro de uno, algo se vaya muriendo como un colibrí enjaulado.
Por eso a Papá le faltó lo que yo suelo llamar
“médicos del alma”, esos que tanta falta hacen y sanarían a la gente, antes y a
menor costo.
Por eso estoy convencido que la inseguridad, los
miedos, o esa cosa que tenemos guardadas en lo más profundo del alma, esperando
agazapada para darnos el último zarpazo, creando los demonios que nos permita
recuperar la cordura y limpiar los venenos, deberían ser tratados por esos
médicos, que tanta falta nos hacen.A TODOS.
El otro ejemplo es el de mi amiga Benedetta, quien
tuvo que ser ingresada en el hospital Gemelli en Italia, de urgencia, porque su
hígado se moría.
Nunca había bebido, llevaba una vida de alimentación
sanísima, y una manera de vivir ídem. Pero…
Su alma vivía atormentada por una madre alcohólica, un
padre muerto a sus nueve meses y ésta madre ausente la mayor parte de su vida, con
quien ella que ya había cortado, desde su adolescencia, todo vínculo y había
desarrollado una enfermedad incurable, cuya única solución era un trasplante,
de vivo a vivo, y por ser del grupo sanguíneo “0”, la incompatibilidad era un
tema espinoso y arriesgado, que llevaría más de tres meses (o más aún) poder conseguir
un donante vivo compatible y su hígado
no lo resistiría.
La única solución era conseguir a un familiar más
cercano, y que fuera compatible, y gracias a la tecnología de ese emérito
hospital, el único era (¡qué paradoja!) el de la madre, quien a pesar de llevar
más de treinta años limpia, aún tenía resabios de cirrosis.
La propuesta la indignó, se negaba a recibir nada de
su madre, ésa que cuando ella había cumplido ocho años, la había dejado en su
fiesta de cumpleaños “para ir a buscar cigarrillos” y no volvió hasta pasados diez
días.
Días en los que tuvo que aprender a alimentarse sola, vestirse sola, e ir
al colegio sola, inventado historias que su madre había tenido que viajar al
extranjero por negocios, y muchas ausencias terribles a causa del alcoholismo
crónico que padecía, y que regresaba a su casa luego de días de sopor etílico,
como si nada hubiera pasado.
Todo eso quedó registrado en su cabeza, y sobre todo, en su hígado.
Pobre Benedetta. Prefirió morir a los treinta y cinco
años, antes que recibir nada de esa madre miserable, ausente y que sólo acudía
a ella cuando necesitaba algo…
Por eso suelo pensar que los seres humanos debemos
seguir nuestros propios caminos, y en la medida de lo posible acudir a esos
médicos silenciosos, que curan el alma, esos que nos ayudan a seguir nuestra ruta,
sin mochilas que nos pesen y dañan el alma, el cuerpo y el espíritu.
La vida dura lo que dura un suspiro, decía
mi madre, y tenemos que tratar con el tiempo que nos queda de manera amorosa y
cordial: juguemos, cantemos, encontrémonos con los amigos apagando los móviles,
lejos de todo lo que nos haga pensar en otra cosa que no sea la de disfrutar
esos momentos mágicos.
Deberíamos ser, a cualquier edad como los
niños, como cuando no teníamos prejuicios, y con una inocencia que yo defino
como poder.
El poder de ser los dueños de nuestra
libertad y que los adultos debemos recuperar.
.
Gracias por tus dibujos JIM LIAO