domingo, 6 de noviembre de 2016

RASCATE…MUEVETE…SIENTE…


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Del legado de Edward Gorey


En mi familia había una norma:
"Si puedes estar sentado, no estés acostado; si puedes estar de pié, no te sientes; si puedes estar de pie, camina; si puedes caminar, corre y si puedes reír, RÍE Y HAZ REÍR A LOS DEMÁS!...

He explorado a través de estos años de terapia que los sentimientos motivan nuestros actos, y que somos víctimas de esos mismos actos, actos que se crean en alguna puta parte del cerebro y nos engaña constantemente.

Solo sabemos que queremos ser felices, pero nos cuesta identificar nuestros sentimientos, explicarlos, demostrarlos. Los vivo diariamente! Y los que me conocen ya saben con quién y porqué…

¿Cómo podemos identificarlos?  ¿Cómo lo logramos?, ¿cuál es el secreto de la felicidad?

Cada uno sabemos cuál es el secreto de la felicidad, sabemos con qué cosas podemos obtenerla y otras con las que no, pero no sabemos cómo conservarla.
Y me dice mi terapeuta que está bien así.
Nuestras emociones tienen que fluctuar, si siempre fuéramos felices no estaríamos motivados para hacer cosas. La felicidad es un sitio que podemos visitar, pero no quedarnos ahí.
¡Y ahora que lo escribo, me doy cuenta que sería insoportable!!!!
Entonces me acuerdo que le pregunté (qué raro, yo cuestionándolo todo)

¿Pero y por qué queremos ser felices? Y me respondió (lo tengo aquí, apuntado en un costado de mi libreta de análisis) …
” No hay una razón, la felicidad es la razón más importante para todo lo que hacemos”. ¡WOW!

Pero a todos, no nos hacen felices las mismas cosas. Pensaba mientras volvía a mi casa en el H10, el autobús que me deja en la esquina de casa.

Es otra ilusión que tenemos, pensamos que somos muy distintos, pero las diferencias entre nosotros son muy pequeñas. Nos hacen felices las mismas cosas, y lo que más dicha nos proporciona es la vida social.

¿Así, la gente que vive sola es menos feliz que los que viven con alguien?, me pregunté mientras caminaba y gesticulaba con las manos (¡ahí va el pirado del 5to-1ra, dirían los vecinos!).

No necesariamente, lo que importa es la distancia psicológica de la gente, no la física.
Fue cuando se me encendió la lamparita y me di cuenta que, de la misma manera que tenemos ilusiones ópticas, y al mirar una carretera parece que ambos lados se juntan en el horizonte, el cerebro también nos engaña al recordar algo que nos ha ocurrido en el pasado.

Cuando almacenamos una experiencia, la reducimos a unos cuantos datos, la comprimimos, y luego, cuando la recordamos, la extraemos y rellenamos los huecos con detalles que no estaban ahí, pero lo hacemos tan bien y a tal velocidad que no nos damos cuenta y nos hacemos la ilusión de que ocurrió así.

También nos hacemos ilusiones con el futuro. Fantaseamos. Como cuando logro que alguien me bola cuando coqueteo y me siga la corriente, y me veo felizmente abrazado bajo un edredón mirando tele y afuera nieva, o truena, o se cae el mundo.

Pues sí. Cuando pensamos en el futuro, lo vemos mejor de cómo será, nos imaginamos triunfando, más que metiendo la pata.

En realidad, tenemos un optimismo poco realista respecto al futuro. Y también ocurre, al contrario, cuando imaginamos cómo nos sentiríamos si perdiéramos un ser amado, o un hijo o no pudiéramos mover nunca más las piernas, pensamos que no lo podríamos superar, pero he conocido gente que ha tenido experiencias terribles y se recupera mucho más rápido de lo que piensa.
Lo confirme conmigo mismo, y según pasan los años, regresamos al punto en el que estábamos o a uno muy cercano.
La gente es muy resiliente, pero no lo sabe.

Mi terapeuta me dice que lo soy y que además soy un superviviente, y yo a veces, solo a veces, me lo creo y me hincho de orgullo.

Como si tuviera un sistema inmunológico que me defiende de las enfermedades, y otro psicológico que me defiende de las tristezas que me llevarían al más profundo de los infiernos.
Ojo, que por ahí me lo permito, pero nunca más de dos o tres días, y algo me saca del sopor y me pilla de los pelos del culo y hace que me ponga en marcha, y me duche y arregle, aunque mas no sea para ir al súper mercado.
Ya pasé por ese infierno un año larguísimo entero, y no quiero más.
Es entonces que algo en mi me hace marcar una raya o frontera imaginaria y me digo “hasta aquí llegamos” …

Sí, y me invento una felicidad casi tan buena como la natural. Y sigo con mi novela de ficción.
Sí, es una capacidad que tenemos todos, aunque en algunas personas el sistema de auto defensa trabaja mejor, pero sólo se activa ante ataques a gran escala.
¿A qué me refiero?
A que podemos llegar a perdonarle a nuestra pareja una jugarreta muy fea, y en cambio no le pasamos que deje los platos sucios en el fregadero. Es una paradoja, pero así funcionamos. ¿No?
Si nos rompemos una pierna, vamos al hospital, pero si nos hacemos un rasguño lo dejamos estar, es muy pequeño para hacer algo, pero quizás nos moleste durante semanas.

A veces perseguimos algo que deseamos mucho y cuando lo tenemos vemos que no nos hace tan felices. Claro, y pensamos que el error está en lo que deseábamos, pero el error es pensar que la felicidad durará para siempre. Es que nos gusta controlarlo todo.
Pero eso no nos conviene. Aunque parezca lo contrario, los compradores son más felices cuando no pueden devolver lo que compran. Tener muchas opciones nos aturde.


Y por experiencia propia diré algo que todos pensamos: ¿Y el dinero, ¿hace más feliz?
Sí, sin duda. Pero la respuesta es más compleja. El dinero es una vía muy efectiva de hacer feliz a la gente que está en la pobreza, pero llega un momento en que más dinero no te hace más feliz

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By Quino