(Pintura
en el Louvre del supuesto CASTILLO DE
CAMELOT -circa 1658-)
La casona de
mis ancestros me trae muchos recuerdos.
El olor de
las comidas. La siembra del trigo y del maíz. Los fardos de alimento para los
caballos. Las mujeres zarandeando el trigo. Las ancianas sabias, sentadas en
sus sillas de paja en las puertas de sus casas, las que siempre estaban con
gente más joven, a los que les transmitían sus sabidurías como si fueran
oráculos.
Ese aroma a
tomate recién cosechado que, con albahaca picada, aceite de oliva casero y ajo
molido, hacían mis delicias. Ese pan amasado en tinajas de maderas nobles de ancestrales robles, recién quitados del horno y, caliente, caliente, que lo
sacabas de su arcón envuelto en frazadas y, estabas dos horas haciendo como que
escupías el dedo, por haberte quemado. ¡En el aire del pueblo, esos eran los
olores que se
olían! ¡Lo
inundaban todo!
Y los sonidos.
Esos sonidos,
cuando nadie hablaba de la contaminación acústica.
El rebuzno de
las mulas con sus lomos cargados de tinajas gigantescas, hechos de barro y
arcilla a mano, y cargaban aceites nuevos. El de los vendedores
ambulantes, que, en sus motos/camionetas Siambretta, con tres ruedas ofrecían
“pesce frescoooooo” y, que de tan frescos se escapaban coleteando en las cestas
expuestas, o esos otros que gritaban “verduraaaa!!! Frutta!!!!, las que recién
cortadas del día, hacían una fusión de aromas que nunca más volví a oler.
Fue allí donde crecí gran parte de mi vida, durante los tres meses que duraban las vacaciones en los colegios donde vivía.
¡Allí era un
chico feliz!!!! Venía de una ciudad de cemento y, para mí, todo aquello era
como sentirme en la isla de Robinson Crusoe.
No os lo
cuento como algo que me falte, yo lo viví, ¡sé que se siente!
Pero…
¡Qué pena me dan los chicos de estas generaciones! ¡Una triste pena!
Sobre todo, a
los que me referiré en los “Chicos de Camelot”, sus modos de vida y la de sus
familias.
Me sorprendió ver que no existen estudios antropológicos de esa clase de personas, que no hubiese información sobre éste fenómeno. O que al menos yo no lo haya visto o leído. Arrancaré yo (creo).
(Foto aérea de un Barrio cerrado, Country, Condominios,
y nombres etcéteras)
A
mi modo, me da miedo lo que les espera a los hijos de mis amigos, y a todos los
que pululan en esos ámbitos.
También me da miedo los que no están en esos sitios físicos y, que como le digo a mi amiga REBECA:
“NO
ROMPAS LAS PELOTAS, ENVÍA A TU HIJA A APRENDER, TAMBIÉN, ARTES MARCIALES”
La vida en los barrios cerrados,
transformó la cultura y no creo que sea una exageración.
He conocido muchos barrios cerrados y, gente que
vive en ellos.
En Brasil, los que están cerca de la Lagoa
Rodrigo de Freitas.
El de Perú, donde vivía Mario Vargas Llosa.
Los de Colombia, donde por causa de las FARC, la
sociedad se gentrificó en otros sitios
Los de Estados unidos, que son reproducciones de
los films de Steven Spielberg.
Los de Argentina, que son pretenciosas casas, con
reminiscencias europeas, donde es precisamente en éste país, donde he visto
desde el inicio del primero construido, el “Tortugas Country Club” allá por los
años sesentas, O “El Náutico de Escobar” cuando éramos solo 5 ó 6 los que
íbamos a cazar patos, y viven allí tres ó cuatro generaciones de argentinos. SE DE QUE ESTOY ESCRIBIENDO…
ES lógico.
Argentina, Brasil, México, U.S.A, han sido
empujados por la gentrificación y por la seguridad, para más inri.
Pero son los chicos de primera y segunda
generación los que me preocupan, ya que al vivir en una suerte de “castillos de
Camelot”, no sé si están preparados para tener un buen grado de resiliencia.
A estos chicos se les ha inculcado, que ser
brillante, tener talento o alcanzar el éxito en todos los aspectos de la vida,
sabotean el bienestar, hace replantear el foco al que quizá debería ir dirigido
nuestro empeño, cuando buscamos la plenitud emocional. Lo que determina el
grado de satisfacción, depende de las experiencias vitales.
¡Estos niños no las tienen!
Ya desde que un matrimonio sin hijos decide ir a vivir allí, por seguridad
o por estatus, y desde que entran en el juego social, el sistema manda una dirección si se quiere alcanzar la felicidad:
el éxito dentro de su propia estructura. Cuando nacen los hijos y, sus padres están abocados a pagar lo que cuesta vivir con relativa seguridad y,
según sus planteamientos, lo que les han de otorgar es una educación
sobresaliente y una gran carrera.
Estas cosas solo ocurren, aparentemente, en lo que se proyecta al exterior.
Será ése factor motivador básico el que les provoque a esos niños,
confundidos con la realidad de la ciudad de cemento, o las de barro, un sentimiento negativo que se asocia al fallo o al
fracaso y, puede ser más poderoso que el disfrute que se experimenta cuando nos
va bien.
Desde ya, el hecho de estar rodeados, en un gran
porcentaje de gente que considera que, si te acostumbras a ganar, será difícil
que ellos asimilen encajar cuando pierden y lo único que tendrán serán las
imágenes que darán y valoraran socialmente, con los estudios recibidos. Sobre
todo, los que se han ido a vivir allí “pour la gallerie”.
No soy padre, ni quiero serlo, pero sé por mis
experiencias y por la de algunos trastornados como yo que, habría que preparar a estos chicos, para ganar, pero también para
perder, ya que esto último es una de las herramientas más importantes cuando
aparecen dificultades.
Será esta fortaleza la que los ayude en
situaciones futuras, las que vendrán muy pero que muy peligrosas, para que
puedan transformar situaciones horribles, desesperantes y negativas, en
resultados positivos que, además, les facilitará el crecimiento personal a
pesar del fracaso.
El gran inconveniente, es que no todo el mundo
tiene los mismos niveles de resiliencia, ya que muchas personas sucumben ante
los fracasos (mínimos, la más de las veces) o situaciones de crisis, sino que,
si lo desarrollan con ayuda de sus padres y que vivan la realidad más allá de
extramuros, a que desarrollen estrategias que les permitirá mejorar, lo que
deban hacer y conseguir los recursos necesarios de adaptación y seguir
creciendo.
Tampoco hablo de convertir a los niños en
desconfiados, asustadizos, o en “NI-NI”, pero a que aprendan por ellos mismos,
a conseguir lo que quieren. Con esfuerzo (mucho), dedicación, tesón, y
paciencia. Sobre todo, esto último, ya que en esta era de la inmediatez, lo quieren todo YA, APENAS APRIETAN UN BOTÓN DEL MÓVIL.
He visto y comparado determinados patrones entre
las generaciones de padres de hijos de hasta 25/30 años, que les inculcan el
valor de lo competitivo y no les dan pie a demostrar las emociones en el nivel
de exigencia, que les machacan para ser exitosos.
¡Sé también que en los colegios no enseñan
educación sexual!!!! Y no hablo de la educación del Kama Sutra, pero ¿cómo es
posible, que por pacatería, hayan adolescentes que no sepan lo que es una
E.T.S. ( enfermedad de transmisión sexual) cuando todo es tan fácil en estos
tiempos, y crean que la sigla E.T.S., sea un nuevo grupo de…¿¿¿ Hip-Hop?????
Por eso sucederá que ellos, los más chicos, el no
conseguir éxito en sus actuaciones, les provoca reacciones de intolerancia,
apatía, e incluso crean o sientan que viven al margen de lo que quieren y, que “el
pertenecer” a sitios de estas índoles, les dará luz verde para todo. ¡Ya ni
hablemos de los padres, que ven sin mirar!
¡QUE PENA!
Está bien ser bueno o excelente en algo que les
produzca felicidad, todo dentro del marco de la ley, respeto y orden, pero
también han de saber que esa felicidad dependerá de con quienes se comparen y
cuáles son las metas.
¿SON CONSEGUIBLES? ¿POSEEN LA
CAPACIDAD PARA LOGRARLO? ¿Y EL DINERO QUE TODO ESO (GRACIAS A LA GLOBALIZACIÓN)
CUESTA?
En
pocas palabras, hay que ver qué sucederá si no lo logran.
Los seres humanos poseemos fortalezas psicológicas como la fe, la solidaridad, el altruismo, la generosidad. Cuando los
seres humanos fortalecemos estas cualidades, siempre aumentará el grado de
satisfacción y bienestar.
No hay mucha ciencia en ello. Es una cuestión interna, que se ejercita con
cierto orden mental y, aprendiendo a valorar las pequeñas cosas, con
pensamientos positivos de nosotros mismos, o sobre las personas en general, evitando compararse con “los mejores del
barrio” y valorar lo que se tiene y disfrutarlo sanamente.
En resumen, solo hay un Messi, o un Bill Gates.
Se debería disfrutar de lo que uno tiene. Del tiempo libre, de las cosas
pequeñitas que la vida ofrece y, si hasta quieres, disfruta con la muerte del
que “lo tiene todo”, porque seguro les debe joder muchísimo marchar al otro
barrio, ¡en un ataúd sin bolsillos!!!!
Por eso estoy en contra de que los chicos sean los “hijos de Camelot”,
porque si viven rodeados, siempre, de las mismas gentes y sus cosas, no sabrán desarrollar el instinto de
supervivencia.
Las imágenes que reciben estas personas y aún más
los niños, logra que se están perdiendo fuerza las palabras, ¡con la autoridad
y respeto que deben impartir los padres!
En estos momentos en el que todo, para ellos,
todos son estímulos visuales, pareciera ser que sus ojos, ya dan por hecho que
el dolor y la crueldad que pasa en otras partes del mundo sea normal y, que
ellos estarán a salvo. Sí, talvez, pero en un futuro muy inmediato, las cosas
no serán como las de antes...
Una de mis amigas en Buenos Aires, me dijo que cuando ella
pensaba en sus nietos, o los hijos de su hijita (aún es una niñita), le da como
tristeza( Tú ya sabes quién eres).
Es claro! Y más teniendo a un loco de inquilino en la casa blanca, un macho alfa, que pretende a través de sus locuras, demostrar el poder del más fuerte. El señor Trump – etin necesita una guerra para demostrar, que todas las sartas de mentiras que ha dicho, eran reales y de ese modo callará al resto de la sociedad que lo abomina…
Es claro! Y más teniendo a un loco de inquilino en la casa blanca, un macho alfa, que pretende a través de sus locuras, demostrar el poder del más fuerte. El señor Trump – etin necesita una guerra para demostrar, que todas las sartas de mentiras que ha dicho, eran reales y de ese modo callará al resto de la sociedad que lo abomina…
Allí si, que no habrá rincón donde esconderse,
porque así se viva en países donde no pasaría nada, no estarán exentos de la
lluvia ácida radioactiva, que hará que las pieles de millones de niños se
llenen de pústulas y poco a poco, TODOS
DEJEMOS NUESTRAS PIELES (literalmente) en los suelos.
Siento para mi desesperación, cuando oigo hablar
a ellos (padres, hijos, nietos…MIS AMIGOS Y AMIGAS) que les debe de dar lo
mismo y ser capaces de ver pasar lo que sucede, por eso no se aferran a
nada.
Lo han tomado como una rutina. Eso, si esos
padecimientos no suceden en las puertas de sus casas.
Por eso estoy convencido que esos chicos que creen que siempre serán cuidados, jovencitos, monos y
envidiables, crecerán, se harán más viejos y más vulnerables, y es aquí
donde reside la importancia.
Si saben manejarlo o prevenirlo, con la edad que sea la que
tengan, sabrán que se puede acabar con las mendaces Y CONTRIBUIR A QUE TENGAMOS UN PLANETA Y UNA SOCIEDAD MÁS SABIA. MEJOR,
NO LA QUE SE REPITE CONSTANTEMENTE, CON EL “Ande yo caliente, ríase la gente”.
(esto dá para rato…)