martes, 18 de octubre de 2011

Los árboles de mi vida...

Mientras camino por Barcelona, y me siento a disfrutar los ultimos rayos de sol, en los bancos de la avenida Diagonal, o en los del Paseo San Joan libreta en mano, pensando a un post que estoy elaborando, donde escribo sobre un apocalipsis, que ya está instalado en la sociedad, y de magnitud “revolución Francesa” global, miro a mi alrededor y me vi, rodeado, en este otoño Barcelones extraño, y miré...

Y anoté en mi desordenada libreta, sobre recuerdos recientes de mis viajes y creo que los árboles están tristes porque saben que nosotros nos vamos antes que ellos.

Ven pasar a generaciones y generaciones de hombres sin apreciar grandes cambios y por eso sienten pena por nosotros.

Viaje en mi recuerdo y ahora estoy en Londres...

Esta mañana he preparado mi mochila, y luego he ido a caminar al parque cercano, Regent´s Park.
He visto niños con sus padres, he visto loros en el Zoo, he visto perros persiguiéndose, he visto, desde Primrose Hill la impresionante vista del sur de Londres, hacia la Tate Modern, he visto padres con sus niños y he visto árboles, muchísimos árboles deshojandose, azotados por el viento otoñal inglés, que actúa sobre cada uno de los árboles con una implacable meticulosidad, hasta convertirlos en esqueletos de sí mismos, en una metáfora de lo que es un árbol.

Siempre he tenido una gran pasión por el esqueleto de los árboles, desde mi infancia, cuando veía los árboles desde el balcon de la casa de mi abuela en Sicilia, e imaginaba que eran personas!!!

Personas locas que explicaban a gritos su discurso desde aquella altura que entonces me parecía descomunal.

Algún tiempo después identifiqué esos árboles de melena extraviada con la apariencia y con la escritura, hecha de arañazos, y mucho más tarde, cuando ya viajé por mi cuenta y siempre solo, por decisión mía, ya que no quiero que nadie estorbe mis descubrimientos y tener todo el tiempo para mi, sin prisas, porque el turista que todo arrasa, piensa en que se debe ¿descubrir? 27 ciudades europeas en 15 días, asocié la idea de los árboles en los fantásticos acantilados, los que parecen mujeres al borde de un suicidio o de cualquier otra decisión abrupta o inesperada.

Ahora, en Regent´s Park, he visto esos árboles pacíficos y he vuelto a ver en ellos todos esos árboles con los que he ido asociando la palabra árbol así como el hecho
mismo del árbol, su apariencia interiorizada.

He dado la vuelta al parque, he regresado al punto de partida, he hecho memoria de todo lo que he visto, he hecho incluso memoria de mis recuerdos londinenses, que tanto tienen que ver con mi vida, y me ha vuelto a venir a la mirada ese aire desolado, y deshojado, de los árboles que me han recibido en los distintos tramos del camino.

Creo que en los árboles hay algo de insólitamente humano, un aire de familia que traspasa su propia esencia arbórea para comunicar a los hombres algún mensaje misterioso de la tierra.

Como si en esa soledad magnífica que representan mostraran también la soledad de quien los mira.
Ahora sí, ahora puedo decir que yo creo que los árboles también tienen alma. Lo creo porque me encariñé con uno que plante cuando era joven, en la acera de casa y lo cuidaba, lo miraba de noche, controlaba sus plagas y cuando volví después de muchos años, sentí su pérdida de una forma diferente a como se siente la pérdida de un objeto material.

Lo abrazaba, descalzo, y sentia su contacto desde mis pies, hasta su corteza...Y cuando nadie me ve extiendo la mano y la voy pasando por los troncos como cuando era un niño...

Debe ser por eso que cuando alguien tras un período de mucha tensión, con mucha carga, se piense en marcharse el fin de semana al bosque o al campo.

Yo los iba mirando esta tarde desde la ventana del autobús. Hay tantos en las medianeras... Tan fuertes frente al cemento, acogiendo nidos, esperando a los perros, saludando al tiempo.

Me gusta ir a los parques a tumbarme, bajo un árbol. Sólo para ver la luz pasar a través de las hojas. Es como una orquesta.
Esperar a que salgan otra vez.

Londres significa para mí algo más que una capital turística llena de lugares interesantes para conocer, museos para visitar, musicales para ver...
Londres forma parte de mi vida personal como espiritual, no se el porque. Cada vez que voy a Londres me siento como en casa, me siento acogido en su grandiosidad, su inmensidad, su diversidad, su vital intensidad.

Pasear un domingo a cualquier hora del día te permite encontrarte contigo mismo y a su vez no sentirte solo.
Sus gentes anónimas te acogen, te invitan a pasear con ellos y disfrutar de la vida....bien visitando el Museo Británico y tomando un café o un té en ese gran hall que te ilumina cuando el sol brilla sobre la grandiosa cúpula de cristal.....bien sentado en el bar en la planta séptima del Tate Modern y observando el ajetreo de vida que fluye por el puente Milenio, o en los barcos que cruzan el Támesis....bien sentado en un banco o en el césped en cualquiera de sus parques...

Londres es vida y desafía continuamente el clima gris y áspero que frecuentemente acompaña a sus habitantes.
Los árboles están siempre ahí, fieles, acompañándonos, con su música y su danza imposible pero veraz.

Es cierto que se les ve solos, con esa digna fuerza de sujetar la tierra a la roca dura para que no nos arrastre el viento ni se lleve nuestras cosechas. A veces los he visto sufrir, he escuchado su lamento mientras subía a la Sierra de Cordoba, en el campamento de veraneo del colegio Emaus, cuando iba a la primaria en Argentina, cuando se les quema y crujen como atacados de un dolor inimaginable.

Pero bastan cuatro gotas de lluvia para que nos devuelvan la sonrisa de unas hojas en primavera. Son agradecidos, pacíficos y nobles...