miércoles, 18 de julio de 2012

LAS EXCUSAS EN EL SEXO EN EPOCAS DE CRISIS



Ahora la excusa que se lleva es la de la crisis, que dicen que es peor para la libido que tener a la suegra durmiendo en la cama de al lado, que tiene a los hombres apáticos perdidos, que el paro es la muerte funcional del miembro viril (discrepo: yo me acosté hace poco con un chico que estaba desempleado y supongo se estaría parado en la oficina del INEM, porque en la cama no paraba quieto ni un momento)...

¿Y por qué la crisis? ¡Si el sexo (salvo con profesionales) es gratis! ¡Si, como inversión de esfuerzo, es rentabilísimo!

No escuchaba una excusa tan mala desde la de “seño, es que mi perro se ha comido los deberes...”. Bueno, no es cierto.

Excusas tan malas como la que me puso Rafa ayer las he oído a patadas, sobre todo cuando la relación pasa de las cinco citas y estamos más o menos en confianza.

Con Rafa llevo justo seis, pero ya se siente lo suficientemente bien conmigo como para decirme sin levantar la cara del periódico:

-”Es que estoy preocupado con la situación en Egipto. ¿Has visto la que se ha montado? ¿Y si se extiende a más países del Mediterráneo...?”.
Y yo, con cara de circunstancias y el preservativo ya en la mano.

Lo peor es que, además, no le puedo decir nada, porque el chico es periodista y con los de ése sector nunca sé si es legítima preocupación profesional, inapetencia o es que se está gestando un gatillazo y se agarran a lo primero que pillan.

Como todos... Y todas, que anda que no se han dado duchas de agua fría por culpa de nuestros inoportunos dolores de cabeza.

Hay una leyenda urbana en mi familia que cuenta que, cuando le faltaban tres meses para casarse con una de mis tías abuelas, su marido se presentó en casa de mis abuelos con cara de preocupación por la salud de la que iba a ser su esposa.

Y es que, cada vez que intentaba algún tipo de tocamiento, ella le ponía una excusa.

-”Siempre que me arrimo un poco dice que se encuentra mal. Y unas veces le duele la cabeza, otras el estómago, otras el pecho... Creo que deberían llevarla al médico”, le comentó el muy pardillo a mi tío abuelo, que era Milanés y militar.

-”A mi hija Agostina le va a estar doliendo lo que yo diga hasta el día que se case. ¿Me explico?”.
Y tanto.
Como que la mañana de su boda, mi tío abuelo, además de los anillos, se echó al bolsillo una caja de aspirinas.

A mí, la cabeza sólo me ha dolido de esa manera una vez en mi vida y de eso hace un montón de años. Pero yo ya no pongo excusas.

Cuando no me apetece sexo, no quedo con nadie. Pero si acepto (o busco) una cita con alguien, tengo por claro que ese día, salvo que él se venga abajo o resulte ser la anti lujuria, muy mal se me tiene que dar...

Como es lógico, las excusas más habituales y más increíbles se escuchan cuando uno vive en pareja (¿no dicen eso de que “follas menos que un casado”?).

Todas las semanas recibo decenas de mensajes que se lamentan porque a sus parejas nunca les apetece hacer el amor.
Pero también recibo los correos de ellas (ojito) con quejas por el estilo y no están exagerando. Y es que, según un estudio reciente, el 52% de los hombres busca excusas para no practicar el sexo.
Y eso es más de la mitad. Como mínimo, uno de cada dos.

Cuando yo vivía con Rashid cuando tenía veintitantos, mi árabe preferido, la mayor parte de las excusas salían de su boca.

No sé si es que al atleta, esquiador, buceador, alpinista, boxeador, escalador, ciclista, nadador y levantador de pesas de mi entonces novio le costaba seguirme el ritmo en la cama, pero creo que en los cuatro o cinco meses que estuvimos juntos, sólo le dije una vez que no.

Fue el día que volvimos del proctologo de un chequeo con un dedo en el culo que escarbaba, como si buscase el arca perdida y él quería buscar la corona de Ramses II, en ese preciso momento.

-”Pero si el médico no ha dicho nada de evitar el sexo hoy...”.

-”Ya, pero es que resulta que el médico es otro tío y, aunque haya puesto 200 veces el dedo en los culos, no tiene ni repajolera idea de lo que duelen los tirones que pega, que parece que llevo ahí dentro al Octavo Pasajero. Así es que, hazte a la idea de que hoy no tengo el tema pa' farolillos, ni fiestas de nada!!!!”.

Ni comparación con las peregrinas justificaciones que él me ponía a mí. Como aquella vez que decidió ignorar por completo que yo tenia una camisa abierta totalmente y dejaba que mis tetillas se asomaran, curiosos, por el efecto del viento en el coche.

Habíamos llegado a casa, y mientras poníamos la mesa, cenábamos, recogíamos los platos y se sentaba en el sofá. Me acerqué, felino, hasta donde estaba y me puse a colocarle bien los cojines mientras lograba que uno de mis pezones le rozara la cara, con una puesta en escena digna de una película de Sylvia Kristel.

Pero él se apartó ligeramente, sin perder de vista la pantalla del televisor, como si no le resultara familiar el tacto. En otro momento hubiera sacado la lengua y me los habría puesto duros como el diamante con dos lametones, pero aquel día... Ni mirarlos.

-”Corazón, llevo dos horas insinuándome medio desnudo. Si no vamos a follar, dímelo y me pongo un jersey y un boxer, que voy a coger un catarro”, le dije.

En esto Rashid me miró como si se diera cuenta por primera vez de que yo tenía dos
tetillas rozadas y juveniles en el pecho bailando dentro y fuera de mi mejor camisa y balbuceó la siguiente excusa:

-”Es que... mañana me toca hacer la comida del Ramadán, y no se me ocurre ningún menú”.
Casi hubiera preferido que me dijera que le dolía la cabeza.
O mejor, la verdad, ésa que era incompatible con su carga genética de macho alfa: “Hoy no me apetece”.

Seguro que, desde el principio de los tiempos, los hombres han tenido ocasionalmente motivos para no tener ganas de sexo (y están en su derecho, caramba).

Pero creo que la generación de hombre y mujeres que tenemos de veintipocos a cincuentaytantos años, a las que el placer ya no nos da miedo ni vergüenza, estamos escuchando cada vez más excusas porque no nos importa ser nosotr@s quienes vayamos a buscarlos a ellos y a veces les encontramos hibernando.

Y entonces es cuando nos sueltan: “Es que he tenido un mal día en la oficina” (pues como yo), “es que estas sábanas pican” (pues me las regaló tu madre), “es que mi equipo ha perdido” (pues no seas del Atleti), “es que tengo agujetas del gimnasio” (no te pueden durar un año, que es justo el tiempo que hace que no vas), “es que mañana tengo que coger un avión” (pero que yo sepa vas de pasajero, no eres el piloto), “es que quiero ver “Crease o nó” (tú lo que necesitas es un exorcismo...).

Por ejemplo, aquel día de la camisa, cuando Rashid empezó a decir tonterías sobre la comida que tenía casi 10 horas después, tomé una posición cómoda en el otro sofá y empecé, muy despacio, una terapia de autogestión de recursos que me proporcionó todo el placer que él no me estaba dando.

Naturalmente, estaba apático, pero no era tonto ni de piedra y por eso mi segundo polvo manual y el tercero ya los sintió él en carne propia, puesto que decidió, a la postre, que le resultaba más rentable invertir un poco de energía (al fin y al cabo el precalentamiento ya estaba hecho) con tal de repartir y compartir beneficios.

Y así fue: yo quedé satisfecho, él también tuvo su orgasmo y los dos dormimos fenomenal aquella noche. El negocio perfecto.

Y es que, corran los tiempos que corran, tome la iniciativa quien la tome, en el fondo, todo se resume en la sabiduría ancestral de mi padre y en uno de sus dichos favoritos:

“El comer y el follar todo es empezar”.

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