Siguiendo en la linea de mi personaje ficticio "Dominique"
Jim Kay
Jim Kay
Pobre
Laurita, vaya mal rato que está pasando en mi casa porque su padre, Amadeo (mi
portero), la ha pillado con las bragas en los tobillos en el sofá de su casa y
a Marcos haciéndole tactos linguales donde se unen los labios menores mientras
que ella se atragantaba literalmente con el miembro de su novio, tan hinchado
que casi no le cabía en la boca. Con lo incómodo que es el maldito 69 y el
éxito que tiene, la verdad es que no lo entiendo...
Habían
pensado que el padre de la criatura se quedaría a ver el partido de fútbol en
el bar con los amigos, pero el bueno de Amadeo, después de ver cómo a su equipo
le metían tres goles antes del descanso, se ha vuelto corriendo a casa y se
ha encontrado a la niña practicando sexo oral, que no significa exactamente
“hablando de sexo”, sino todo lo contrario, porque en esa postura no se puede
estar en misa y repicando (algún día hablaremos del dichoso kamasutra y sus
mentiras).
El
caso es que, mientras Laurita ha corrido a refugiarse en mi casa, Marcos está
haciendo lo que yo no he visto hacer a ningún hombre en mi vida: dar la cara
con su padre. Y digo que no lo he visto porque a mi jamás me han pillado ni
padre ni madre en semejante tesitura y únicamente Prometeo podría dar tantos
detalles como yo de mis usos y costumbres erótico festivas (si los perros
hablasen, claro).
Y
no es porque no se lo haya puesto fácil a mis progenitores, ¿eh? Una vez, por
ejemplo, fui con Alfredo al apartamento de la playa y una tarde, mientras ellos
dormitaban en el sofá con la película de la tele, mi novio y yo
hacíamos equilibrios de pie para no dar un concierto de Empujones y Somier
Chirriante en Fa menor, en un dormitorio cerrado con un tabique de madera
de 1,90 de alto y una puerta corredera de mierda.
A
mi hermana Casandra, sin embargo, la pillaron de la manera más tonta. El que
ahora es mi cuñado conoció a mi padre una madrugada cuando se levantó
desnudo a lavarse sus cositas al baño del pasillo después de un polvo
en nuestra casa presuntamente vacía.
¿Y
Ulises? Mi hermano pequeño ha heredado el mismo gen de la inoportunidad que yo,
porque no se le ocurrió otra cosa que, en la boda de la hija de unos
vecinos, acostarse con la hermana del novio en el hotel donde se
celebró el banquete y, en lugar de marcharse inmediatamente después,
se quedó a dormir. Al día siguiente se encontró con el padre, la madre, los
primos, los hermanos y a las abuelas en la cabecera de la cama de la habitación
del hotel de la joven. Histórico.
Las
metidas de pata son un clásico. Prácticamente todo el mundo tiene una en su
haber. Yo, sin ir más lejos, recuerdo una memorable, aquí, en mi propia casa,
que le acabo de contar a Laurita para arrancarle una sonrisa.
Fue
hace un par de años, cuando celebraba mis 34 primaveras con una fiesta de
amigos a la que Elena trajo a Ramón, el nuevo socio del estudio de su
padre: un arquitecto increíblemente guapo que hizo muy buenas migas con
mi querido de turno. Se sentaron juntos en el sofá y a los pocos minutos
estaban haciéndose confidencias al oído.
Al
rato dejé de verlos y pensé que andarían por ahí perdidos en alguna de las
habitaciones, así es que hice una inspección rutinaria, más que nada por
localizarlos y garantizarles intimidad. Pero no tuve suerte.
Cuando
regresé al salón, Carmen me avisó de que se había acabado el hielo y fui a por
mi abrigo al armario de la entrada para bajar a por más al chino de la esquina.
El caso es que se me unieron en la expedición un par de caballeros que
necesitaban tabaco y tres chicas que querían comprar chicles y no sé qué más
chucherías. Estábamos todos ya agrupados en la puerta cuando abrí el armario
y, aunque sólo fueron dos segundos, tuvimos una visión que nos dejó de
piedra.
Ahí estaba “mi querido de turno”, con los pantalones a media
pierna y la camisa abierta y Ramón, de rodillas, entre mis botas,
mis paraguas y mis chaquetones y mis gabardinas, haciéndole una
felación larga, profunda y cariñosa que no sé si me dio más estupor o
envidia. Cerré el armario, incapaz de articular palabra.
-”Nunca
había visto una polla tan bien comida”, dijo alguien. Y yo, que estaba muy
de acuerdo, anoté mentalmente pedirle a Ramón, dos o tres trucos para
provocarle a mi chico una cara de satisfacción como la suya.
Laurita
sigue llorando, pero ahora de la risa. Voy a contarle más pilladas de diverso
calibre y condición para que relativice un poco su tragedia. Aunque mucho me
temo que su señor padre no estará pidiéndole a Marcos que le enseñe cómo hace
disfrutar tanto a su niña únicamente con la lengua...
Gracias Jim Kay
Gracias Jim Kay
JEJEJEJEJE! Me he meado de risa!
ResponderEliminarSoy una Uruguaya viviendo en China (zhangzhou) y te digo desde el primer dia con tus recetas. Ahora que permites comentarios,te dire que eres fenomenal...
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