sábado, 4 de septiembre de 2010

Como ya estoy mayor, no recuerdo si escribí sobre los dolores, los físicos y de los otros, pero el día que llega es para quedarse y no abandonarnos, salvo en los intervalos del analgésico.

La relación del hombre con el dolor siempre se ha planteado como una batalla desigual.

La fe en todas las épocas, el conocimiento en otras, el opio, y en los tiempos modernos la morfina, son distintos medios que alivian el dolor.

Se lo ha querido vencer, domesticar, comprender, asimilar, pero hay algo que siempre lo excluye y lo vuelve irreversible.

Tal como los dolores pueden ser provocados o exacerbados dirigiendo la atención sobre ellos, también desaparecen al apartarse ésta...

En los tiempos modernos se ha querido reducir al dolor a la dolencia física, en cambio al dolor psíquico se lo considera como "el pariente pobre".

Lo que se conoce como dolor psíquico, es como si fuera un dolor coagulado.
Hay dolores graves, agudos, furioso, progresivo, prolongado. También es cierto que al límite con el dolor se lo llama umbral.

Los muertos nunca solucionan nada, está más que comprobado en la historia de la humanidad, pero desde hace varios días, duermo fatal, y sueño con mi vieja, que me llama para despertarme, y súper dormido, le contesto, como cuando era adolescente...ya vaaaaa...

Claro, ella no está y me agarra ese dolor coagulado, del que hablo al principio, y siento como si me clavaran un cuchillo, para sacar esa sangre endurecida...menos mal que cada vez me dura menos, pero hay que pasarlo...

Nuestro cerebro construye un mundo interno que representa una visión muy deformada del mundo real, por las vivencias, por la memoria y por una información sensorial que es muy incompleta.

Las abejas, por ejemplo, ven la luz ultravioleta, que nosotros no vemos.

Los tan altivos humanos, reyes de la creación, pertinaces desoladores de la naturaleza y autores materiales del ya inevitable calentamiento global, quizá nos olvidamos una visita a un oculista celestial.

Sólo a través de brumas y como a tientas hemos llegado a conocer la mayoría de las cosas que conocemos y por otra parte, no llegamos siempre a ajustar nuestros actos a la visión que tenemos de las cosas. Y el color de mi destino, que creí entrever, huye ante mi mirada.

El duelo ante las perdidas son jodidisimos!!!!

Y Yo no quiero que me pase lo que a muchas personas, por dar un ejemplo para los que no tuvieron muertes de familiares, que viven un amor fracasado con tal persistencia, que una vida entera no les basta para superarlo.

Se sienten como que enviudan o huérfanos, sin que se les haya muerto nadie, y, con las heridas abiertas, recuerdan día a día los detalles de su pasión, amores y respetos truncados, como si los sucesos hubiesen ocurrido ayer.

Clavados en un duelo no resuelto, mantienen un luto eterno que les impide respirar aire fresco y despejar la nostalgia.
Convertidos en estatuas de sal, miran sólo hacia atrás, mientras dejan pasar nuevas oportunidades de formar pareja, o seguir adelante y dejarse de joder.

Como si estuvieran aferrados a una relación, que hace rato ya murió, son incapaces de dar vuelta la hoja para vivir el presente y el futuro. A pesar de sí mismos, se quedan pegados emocionalmente en el pasado.
Yo no quiero mas de eso, así que creo que en el duelo parental hay algo de todo eso...lo consultare con mi terapeuta...

Pero por otra parte. Que hubiera pasado si mi vieja salia de lo que tuvo????
El catálogo de soledades en la tercera edad es amplísimo.

Existe, por ejemplo, el abuelo urbano, aquel que se queda solo cada mañana cuando los hijos van al trabajo y los nietos a la escuela.
Puede permanecer durante horas abducido ante la pantalla del televisor, como lo hacia la mía mirando todo el día películas de los años de oro de los 40's en adelante y que reconocía que era su esencial fuente de distracción, o con la mirada perdida desde el alféizar de la ventana.

No es el mejor de los paisajes. Pero no es el único.

También está el mayor que está solo, el que no tiene movilidad, el que vive con su pareja cuando los dos pasan de los 80, el que un día se vio en una residencia sin ser preguntado, el que contempla cómo los hijos se lo turnan por semanas con gesto cansino.

No es fácil sentirse en medio de un partido sin poder jugar.

Nuestra sociedad, tan profundamente injusta con nuestros mayores, se replantea el debate: ¿residencias sí, residencias no? ¿En qué casos? ¿mejor morirse?

Y estas preguntas son las que me torturan, no solo por lo de mi madre, sino por lo que nos espera a TODOS, sin excepción...

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